Escrito por Lilo de Sierra
“Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará”.
(Proverbios 22:6 NVI)
Soltó la risa mi hija, cuando le conté
que había sido contactada para hacer parte del grupo de influenciadores
en una iglesia local. Hasta ese momento, no había considerado la idea
puesto que el objetivo de mi talento no es que yo brille, sino que el
Cristo que vive hoy en mí sea el verdadero protagonista de todos mis proyectos.
Existen hoy en día una gran variedad de
jóvenes que han adoptado el ser Youtubers o influenciadores, como su
medio de vida. Ellos graban videos, escriben blogs y a través de los
temas que tocan en éste tipo de actividades,
invaden la mente de nuestros hijos, les dan pautas de comportamiento y
con consejos, les ayudan a tomar decisiones comunes entre ellos,
haciendo que al sentirse identificados, crean que lo que ellos les dicen
es la verdad absoluta.
Todo esto, me hizo reflexionar acerca de
éste concepto aplicado a nuestros hijos. El utilizar los computadores,
las tabletas o los teléfonos celulares como niñeras electrónicas y no
compartir con ellos tiempo de calidad que nos permita tener una
conversación fuera de la rutina diaria de las tareas, el colegio, los
deberes y las responsabilidades, para conocer sus temores, sueños, sus
pequeños fracasos, sus gustos, sus amigos, lo que constantemente
escuchan o ven por internet, nos está robando una oportunidad
preciosa de construir una bonita relación con ellos, para que a través
de nuestra influencia, puedan adquirir la confianza que necesitan para
salir a enfrentar una sociedad sin valores y principios, en donde
sobreabundan los jóvenes que se autoproclaman homosexuales o ateos y
donde es fácil encontrar drogas y alcohol, como métodos de escape al
autoritarismo, maltrato sexual y psicológico, grandes presiones, gritos,
golpes, entre otras cosas al interior de su hogar.
Somos para ellos una especie de súper
héroes, un ejemplo a seguir y nos brindan en su inocencia y fragilidad
su amor incondicional. Están atentos a escuchar una voz de aliento
que los afirme como hijos de Dios. Demandamos de ellos un nivel de
perfección a veces inalcanzable, discutimos a diario con ellos,
descargamos nuestra irritabilidad al regresar del trabajo como si fueran
los culpables de cuanta circunstancia difícil tuvimos que atravesar,
herimos sus corazoncitos con nuestro desamor y falta de atención,
hacemos que se sientan poco importantes, fuera de lugar, sin un
propósito, los hacemos pensar que son un estorbo, porque aunque nos
esperan ansiosos para hablarnos acerca de sus juegos o la pelea con su
mejor amigo(a), encuentran
rechazo, una fuerte negativa o una reprimenda a lo que en nuestro
criterio, hicieron mal. No hay tiempo para hablarles de Dios, brindarles
un abrazo, un beso, un buen consejo, y todo esto, trae como
consecuencia que ellos se refugien en terceras personas, que los alejan
poco a poco del plan divino que Dios escribió para ellos. “Padres, no
exasperen a sus hijos, no sea que se desanimen” (Colosenses 3:21-23
NVI).
Nuestros hijos son el reflejo de nuestras acciones y actitudes. No podemos exigirles que no tomen ´trago´ cuando sean adolescentes,
si desde pequeños veían a sus padres borrachos socializando con sus
amigos, o que no usen un vocabulario soez, cuando insultamos, humillamos
y tratamos mal a otros delante de ellos, que sean amorosos, tiernos y
estén prestos a ayudar a su prójimo cuando nunca lo vieron de sus
padres. “Corrige a tu hijo mientras aún hay esperanza; no te hagas
cómplice de su muerte”. Proverbios 19:18 (NVI).
Tener el control sobre nuestros hijos,
no significa que seamos inflexibles, estrictos, severos, permisivos e
indiferentes a sus necesidades. Es un estilo de crianza acorde a las
normas y preceptos que el Señor nos ha indicado a través de su palabra
para evitar que nuestros hijos estén expuestos a sufrir en carne propia,
los estragos de la frustración, rebeldía, baja autoestima, ansiedad,
desinterés y sentimientos de soledad, depresión o agresividad.
No hay palabras más llenas de poder, que
aquellas proferidas por un padre hacia sus hijos. Por esto es tan
importante que le pidamos a Dios sabiduría, antes de hablar con ellos,
porque cualquier cosa que les digamos podría llegar a marcar su futuro
de una manera negativa. Nuestros hijos son fáciles de persuadir y que
mejor que seamos nosotros las personas que más los aman en el mundo, los
que los influenciemos a través de nuestro ejemplo, nuestras enseñanzas y
palabras de afirmación, las que ratifiquen en todo momento que no
importan sus caídas o equivocaciones, son un regalo del cielo y que nos
sentimos orgullosos de ser sus padres.
“No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. 10 Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.”
(Gálatas 6:9-10 NVI)
Escrito para www.destellodesugloria.org