“También
escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que
es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse”.
(1
Corintios 1: 28 -29 NVI)
Nos dirigíamos rápidamente hacia la iglesia, el reloj marcaba las
11:45 de la mañana. Transitábamos por una de las calles principales de una
ciudad en la que el tráfico suele ser caótico, sobre todo cuando andamos de
afán; de repente, llamó mi atención un viejito arrodillado a un costado de la
calle. Parecía que estuviera orando, con sus rodillas sobre el pavimento y su
mirada perdida hacia la nada…
Mi pensamiento y mi corazón se sobresaltaron, era importante
atender la voz que me decía que debía parar; pero… ¿Qué diría mi
esposo?¿llegaríamos tarde al culto?¿parecía imposible orillarse por la cantidad
de carros que nos rodeaban; sin embargo, el semáforo en rojo era una
oportunidad para no callar mis pensamientos y expresar mi ansiedad.
Amor, ¿viste el Señor que estaba arrodillado? pregunté tímidamente,
él mirando por el retrovisor, me respondió que no lo había visto, pero como si
estuviera conectado conmigo, me preguntó si quería que parara, a lo que
respondí ¡Sí!...
Tenía poco dinero en mis bolsillos, decidida a entregárselos corrí
hacia donde él estaba… Señor le dije; él levantó la mirada, nunca antes había
sentido algo parecido, sus ojos de un color verde especial, brillaban
intensamente. Le entregué el billete que tenía en mis manos y le dije, no todos
los días serán fríos y oscuros, a lo que él tiernamente contestó señalando el
cielo sobre su cabeza así es, Él Señor está conmigo; la calidez de su voz llenó
mi corazón por un instante; bendiciéndolo corrí hacia mi familia que me
esperaba y continuamos nuestro camino.
Pude seguir de largo y doy gracias al Señor que no lo hice. Tener
un encuentro personal con Dios es verlo a través de la mirada de lo repudiado
por la sociedad; prostitutas, indigentes, abuelitos abandonados a su suerte,
que con su avanzada edad se encuentran pidiendo dinero en los semáforos; indiferencia
y falsa piedad que inunda nuestro ser; inmisericordia vil y despiadada, ponemos
pan en nuestra boca y se lo negamos al que en una esquina clama por ayuda para
saciar su hambre y sed. Olvidamos que somos las manos de Jesús aquí en la
tierra y que nuestro llamado como hijos es el de anunciar las buenas nuevas con
un buen testimonio y no con palabrerías, santurronerías y simulada humildad.
Retumban
en mi mente las palabras de Jesús cuando dijo: “Lo que ustedes hicieron para
ayudar a una de las personas menos importantes de este mundo, a quienes yo
considero como hermanos, es como si lo hubieran hecho para mí.” (Mateo 25.40
TLA) y no puedo evitar pensar que aquellos ojos verdes al mirarme fijamente rearguyeron
todo mi ser.
Nos creemos buenos porque no le hacemos daño a nadie; la realidad
es que sin hacer nada, permaneciendo apáticos e insensibles nuestros resultados
serán nefastos. No soy mejor que tú, fallo constantemente, me falta dar mucho
más de mi misma con el objetivo de no amoldarme al mundo actual para poder agradarle
a Dios; soy débil en muchas áreas de mi vida, lucho con algunas fortalezas que
se han erigido en ella, pero sé que con la ayuda de un Dios que toma lo
despreciable del mundo para hacer cosas extraordinarias, podré cumplir mi
propósito.
Tenemos un llamado; quizás no somos científicos con un alto
coeficiente intelectual, no somos poderosos, ni multimillonarios; a lo mejor te
consideras el más pecador de los pecadores, te crees poco importante y pueda
que sea verdad a los ojos de los hombres, pero con toda seguridad te digo que
para Dios, fuiste, eres y serás lo más grande de su creación.
Qué bueno poder dar un poquito de lo que por su gracia hemos
recibido a quienes están necesitados de un poco de amor; basta con una sonrisa,
un abrazo, una oración en un momento oportuno, una taza de café o una palabra
de afirmación que le dé la gloria a quien ve en ti lo mejor de lo mejor.
“Hermanos,
consideren su propio llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según
criterios meramente humanos; ni son muchos los poderosos ni muchos los de noble
cuna. Pero Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y
escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos”.
(1
Corintios 1. 26-27 NVI)
Escrito por Lilo de Sierra para www.destellodesugloria.org