(Filipenses 4:8 TLA)
Enojarnos parece ser una constante en nuestra vida; no obstante, no nos da licencia para pecar. Cuando me pasa, no pienso con claridad, exploto y termino diciendo lo que no debo y para empeorar las cosas, el sentimiento de culpa me atormenta haciéndome pensar en que por mi pésima conducta, no soy digna de presentarme delante de Dios.
Al percatarme de mi error voy al Padre en oración y espero que el Espíritu Santo obre en mí, para no seguir descargando mi ira contra la fuente que lo produce y es cuando tomo conciencia de otra gran equivocación, ya que todo requiere de mi esfuerzo y determinación, porque Dios no va a hacer por mí lo que yo debo hacer por mi misma… ¡ser prudente!
El ruido en nuestra cabeza precede nuestras reacciones y para lograr ser positivos; manejar toda situación con dominio propio, entereza y apacibilidad; ser asertivos y corregir en amor, necesitamos apagarlo radicalmente; pero, ¿cómo hacerlo?
Tenemos varias y muy efectivas opciones para librar una exitosa batalla, cuyo resultado final sea la erradicación total del enojo. Orar con verdadero arrepentimiento, sin queja y pidiendo perdón por la falta de control sobre nuestras emociones; hablar con Jesús y contarle acerca de lo que abate nuestro corazón; entregarle al Señor de manera honesta nuestras cargas; escuchar música de alabanza y bailar si es posible (el Rey David lo hizo); hacer cosas que nos suban el ánimo y causen alegría; leer lo que nos apasione; en fin, ocupar nuestra mente en lo bueno y no en lo malo y darnos el tiempo de calmarnos, antes de enfrentar el asunto en cuestión.
Personalmente creo que dialogar no es la mejor opción y más cuando parecemos un volcán a punto de hacer erupción; créanme, lo he intentado y las consecuencias han sido nefastas; sobretodo, cuando la otra persona asume una actitud de indiferencia o lo que es peor de complacencia, con tal de evitar la confrontación. El diálogo sin un ambiente de paz, hace que las heridas sangren mucho ma
s y que el enojo se prolongue de tal manera, que la tan anhelada reconciliación y edificación sea imposible.
Sea cual sea la estrategia, nuestra decisión debe agradar y honrar a Dios. Es importante poner filtro a nuestra boca, ser sabios, bendecir y no maldecir. La mejor forma que tenemos para moderar nuestras reacciones es creer lo que Dios nos ha dicho, que jamás nos deja solos y siempre está a nuestro lado; a través de esta verdad, evitaremos a toda costa ofender a alguien estando Él presente.
Oremos
Padre amado, soy tan débil que me cuesta reconocer mis errores. Perdóname por justificar mis faltas contra ti con las malas actitudes que otros asumen, cuando tengo una confrontación con ellos. Líbrame de pecar deliberadamente dándole mayordomía al diablo sobre los resultados. Hoy te entrego mis debilidades para que te perfecciones en ellas y te pido de todo corazón que me transformes en un(a) hombre (mujer) capaz de darte el lugar que te corresponde en mi vida, por encima de mis emociones. Eres el mejor ejemplo Jesús, ayúdame a ser más como tú y menos como yo. Te amo profundamente. Amén y amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario