Escrito por Lilo de Sierra
“A los casados les doy la
siguiente orden (no yo sino el Señor): que la mujer no se separe de su esposo.
Sin embargo, si se separa, que no se vuelva a casar; de lo contrario, que se
reconcilie con su esposo. Así mismo, que el hombre no se divorcie de su
esposa”.
(1 Corintios 7:10-11 NVI)
Vivimos en un mundo de apariencias, cualquiera que vea nuestras fotos en las redes sociales diría que somos una pareja casi perfecta, que no tenemos problemas y que jamás discutimos.
No
podemos quejarnos, hemos sido realmente bendecidos con una hermosa familia,
tenemos un trabajo que llena nuestras expectativas profesionales y lo más
importante sentimos en cada instante el respaldo de nuestro Dios en todos
nuestros proyectos.
Sin
embargo, el matrimonio es una aventura extrema; unos días son tranquilos, hay
armonía, te sientes muy bien junto a tu esposo y otros, se desata una verdadera
tormenta eléctrica, que termina por aislarnos a causa de la tensión, la
incomodidad la rabia y la decepción, cuando las cosas no salen como esperábamos.
Mi
esposo suele decir que los primeros diez minutos del día son los más especiales, y que después de ese tiempo,
mantenernos sin dar pie a contiendas y disensiones es todo un reto. Para que
esto funcione, cada uno debemos asumir el rol que nos ha sido asignado con
responsabilidad y compromiso, y reconocer que solos no podemos, que necesitamos
de la guía del Espíritu Santo, para poder vencer nuestros temores,
inseguridades y falta de perdón.
Sí,
el divorcio suele ser nuestra primera salida a las dificultades. Yo ya perdí la
cuenta de las veces que hemos pensado en hacerlo, porque la misión de Satanás
es destruir la familia y sembrar duda en nuestra mente, para hacernos caer en
el abismo que lleva al desamor y a la separación definitiva; pero cuando
recuerdo mis votos matrimoniales, en los que prometí perdonarlo las veces que
fuera necesario, entiendo que mi compromiso fue con el Señor y debo esforzarme
por cumplir mi palabra.
No
sería posible continuar, si Dios no fuera esa tercera cuerda que nos une. Las
pruebas que hemos superado han sido devastadoras, pero cuando el amor es firme,
no el amor hacia nuestro esposo, sino el amor hacia nuestro Dios, TODO es
posible.
El
hombre necesita a su lado una mujer que sea su ayuda idónea, que lo entienda,
lo consienta, lo respete y lo haga sentir único y especial. No se trata de ser
servil ni de convertirse en una esclava que atiende a su amo, pero sí que
sienta que no encontrará en ningún otro lugar, lo que tú como su esposa le
ofreces.
Créeme,
vale la pena luchar por tu matrimonio. Amar es una decisión, es una elección
sabia tomada por una mujer valiente, dispuesta a nadar en contra de la
corriente por su propia felicidad.
Casarte
con el hombre con el que hoy convives no fue un error. Es una verdadera
equivocación no unir fuerzas para sobrevivir y salir victoriosos juntos, de la
mano, sin soltarse, avanzando con la mirada puesta hacia la meta. Valora lo
bueno y admirable antes de exaltar los defectos; dale la oportunidad a Dios de
hacer lo que para ti es imposible. Ora por él, anímalo, apóyalo, mímalo, se
fuente de bien y no de mal; verás la mano de Dios posarse sobre ti y tu familia
y tu dignidad e integridad jamás serán vulneradas, porque contarás con el favor
de aquel que te da la vitalidad necesaria para no desfallecer y rendirte ante
la vida.
“«Yo aborrezco el divorcio —dice el Señor, Dios
de Israel—, y al que cubre de violencia sus vestiduras», dice el Señor
Todopoderoso. Así que cuídense en su espíritu, y no sean traicioneros”.
(Malaquías 2:16 NVI)
Escrito
para www.destellodesugloria.org
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